lunes, 26 de septiembre de 2011

Ferocious (IF)


Pin pin pin, pin pin pin. Aquí con ustedes está "feroz". Ay, qué miedo.
Es que no se nota bien lo que quise hacer, voy a intentar nuevamente en otro momento.

Cuentan las leyendas que un niño en pasados tiempos y no por ello tan lejanos, al que gustárale comer con deleite más no podíase acercarse al pescado. Temiérele y esquivárale en cuanta ocasión le contase y le pudiese de esa manera más bien notar la necesidad de carne de animal con patas (mínimo dos). Y ese niño creció y creció hasta que no había manera de darse cuenta donde empezaba y dónde terminaba. Y ahí, en ese momento o en un momento, probó el sushi, ya que gustábale mucho los videojuegos y dibujitos animados de país nipon y pensó: ¿por qué no pruebo este pescado crudo y esta piel con escamas recién tostada? Y ahí me mandé de valiente como Mazinger Z contra el Barón Ashler (¡por dios! ¡qué buen personaje!) o como Astroboy sumergíase en la nostalgia, la melancolía y la tragedía. Y comí y me gustó. Un montón comí. Hasta que pensé en mis infancias en San Clemente y el olor del muelle y las pescaderías y... y... Casi, digo casi, VOMITO. Sí. Así como lo escuchás, V-O-M-I-T-O. En segundos estaba pidiendo que se lleven ese puente de Jardín Japonés con chiquitolina de la mesa ya que veníase el tsunami interior.
Hoy en día. Ya no me da cosa. Me olvido de San Clemente. Y hablo como si hubiese tenido una opción, tipo que me voy olvidando las cosas, se van solas y de repente ¡PUF! no más muelle. Y como no voy a dejar de comer suhi, de eso no me voy a olvidar. ¿Entendés? Tipo que con la edad te vas olvidando de las cosas que no te gustaban y entonces empezás a probar como si nunca hubieses visto antes en la carta el seso de mono servido en cráneo o el caracol solitario. Vaya albóndigas.

Ahí tienen. Miren todo lo que escribí sobre el sushi. Tomá.


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